La trampa del mal
(2010) John Erick Dowdle
Prácticas
para la revista Miradas de cine
Cinco
desconocidos se encuentran en un ascensor y a cada apagón, uno de ellos muere. La trampa del mal, Devil en su versión original, es la primera entrega de la trilogía The Night Chronicles, un producto de
Night Shyamalan, director de El Sexto
Sentido (The Sixth Sense, 1999), El protegido (Unbreakable, 2000) y Señales
(Signs, 2002), entre otros títulos de
género fantástico con pretensiones trascendentales. El argumento de La trampa del mal no es en absoluto
original pero está bien reciclado: negritos y ascensores. La intención es buena
y el producto pretencioso. Eso sí: entretiene en una lluviosa tarde de domingo.
La
idea original sobre muertes paulatinas de personajes turbulentos es de Agatha
Christie (And Then There Were None,
1939), conocida en España como Diez
negritos. Esta novela ha sido adaptada al cine insaciablemente, entre
ellas: Diez Negritos (And Then There Were None, 1945), de René Clair o Identidad (Identity,
2003), de James Mangold. Pero como a Shyamalan no le caben diez negritos en un
ascensor, mete a cinco. Y de ascensores traicioneros ya teníamos en los ochenta
El ascensor (The Lift, 1983), de Dick Maas y Vacío
(Abwärts, 1984), de Carl Shenkel. Por
lo tanto, la originalidad del reciclaje recae en mezclar negritos y ascensores.
El responsable de la dirección del proyecto Shyamalan es John Erick Dowdle,
conocido sobre todo por dirigir Quarantine
(2008), un calco “a la americana” del filme Rec
(2007), de Jaume Balagueró y Paco Plaza.
El
guión, la parte más penosa del filme, ha sido creado por Brian Nelson (30 días en la oscuridad, 2007) a modo de
cuentecillo cristiano-moralizador en base a una supuesta leyenda sudamericana.
Una voz en off inicial nos introduce
en la historia a modo de cuenta cuentos y capta nuestra atención apoyándose en
un conseguido y sorprendente travelling
aéreo inicial. El potencial de la película debería sostenerse en la idea de
mantener una tensión narrativa en un espacio reducido, amenazador. Sin embargo,
la esperada tensión dentro del ascensor no es explotada suficientemente: nunca
se tiene una sensación de claustrofobia y la mitad de la película acontece
fuera del ascensor. Por ello, la tensión se resiente y se reparte desigualmente
a lo largo del filme articulándose alrededor de una penetrante banda sonora, un
montaje ágil y los previsibles cortes de luz del ascensor que anuncian los
asesinatos.
Los
malvados negritos del ascensor de Shyamalan son dibujados como débiles esbozos
y son lastimosamente planos. Aunque la interpretación dista de ser mala, el
guión y la planificación de las escenas no les permite lucirse. Solo se da
profundidad psicológica al traumatizado detective que investiga el caso (Chris
Messina) y al omnisciente vigilante de seguridad sudamericano Ramírez (Jacob
Vargas) que, para quien se haya olvidado de rezar, recita entero el
padrenuestro e instruye al experto detective a cerca de la metodología del
maligno.
Quizás
Shyamalan debiera haber leído acerca de la ley del contrapaso que tan
genialmente expuso Dante en su Commedia
y que David Fincher retrata dignamente en Seven (1995), donde el castigo es
análogo al pecado. Pongamos la esperanza ya no en Dios, sino en Chris Sparling,
guionista de Buried (2010), en cuyas
manos recaerá la responsabilidad del guión del segundo cuento de The Night Chronicles.
A
modo de los episodios moralizadores de The
Twilight Zone (La dimensión
desconocida) de Rod Serling, el final de la historia es sorpresivo y cierra
bien el cuento. La idea de La trampa del
mal es buena y prometedora, sin embargo, la moraleja final del cuento es
tristemente inconsistente y decepcionante. Resumiendo, haced palomitas y
alquilaros el dvd en una lluviosa
tarde de domingo.
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